miércoles, 29 de julio de 2009

"Putas" nunca más o la necesaria solidaridad feminista

por Maribel Cárdenas

Hace algunos años me prometí que no permitiría que nadie descalificara a una mujer tachándola de puta. Era en el contexto de unas elecciones municipales, los carteles electorales de todos los grupos políticos de la ciudad en la que entonces vivía estaban encabezados por hombres, excepto la candidatura del partido popular que lo estaba por una mujer.


Una mañana apareció la palabra puta garabateada sobre todas las fotografías de la señora que representaba esa formación política.

Entonces lo comprendí, no se trataba de descalificar una ideología. Los tipos que habían realizado las pintadas no estaban deslegitimando el ideario político de aquella señora, no, lo que aquellos tipos estaban haciendo era un ejercicio de violencia simbólica e insultar usando la categoría que el patriarcado se ha reservado históricamente para las mujeres que se han atrevido a transitar el espacio público.

Por eso aquella mañana me prometí que no seria cómplice, que denunciaría esa lógica patriarcal y que en la deslegitimación de la violencia siempre expresaría mi sororidad feminista.

Han pasado ya algunos años desde aquel día y las personas feministas y de izquierdas hemos alcanzado algunos objetivos y hemos tenido algunas alegrías. Hemos asistido a la aprobación de leyes que suponen un hito en sí mismas y en su dimensión pedagógica; la ley integral contra la violencia de género, la aprobación del matrimonio homosexual, la ley de igualdad. Normas que nos hacen pensar que sí, que otro mundo y otras relaciones son posibles.

Pero los cambios sociales han de ir acompañados de cambios culturales y la igualdad se ha de instalar también en el orden simbólico y ese es aún nuestro reto. Así lo pensaba el pasado jueves, 14 de mayo, al leer la entrevista que publicó el diario El País titulada "Almuerzo con... Yolanda Barcina". En ella la actual presidenta de UPN expresaba sus opiniones sobre diversos temas de la actualidad política y el periodista hacia un recorrido por su trayectoria personal, profesional y política.

Entre otras ideas el artículo destacaba que dicha señora esta en contra de las cuotas de género, recorría su brillantísimo curriculum y reconocía su valentía frente a la actitud intolerante del entorno cercano a ETA, que se concreta en amenazas e insultos como “Barcina a la cocina, o la Barcina la última puta del Ben Hur (prostíbulo local).

Otra vez confrontada al mismo insulto, aquel que todas las mujeres reconocemos desde pequeñas, otra vez la misma violencia, pero en esta ocasión el diario destacaba que la Sra. Barcina estaba en contra de las cuotas de género cuando en realidad lo que tendría que haber destacado un diario de la trayectoria progresista de El País es que a una mujer que ejerce la política se la descalifica acusándola de puta.

Lo que el diario tendría que haber denunciado es como el lenguaje seguía operando como legitimador de la desigualdad y la violencia, reforzando el viejo modelo, aparentemente trasnochado pero que cómo vemos goza de buena salud, de considerar como hombre público a aquel que tiene presencia e influjo en la vida social y como mujer pública aquella que ejerce la prostitución.

A mi entender laa noticia no tendría que destacar el cuestionamiento de las “cuotas” sino el ejercicio de la violencia sexista.

Porque no se trata de cuotas sino de justicia y paridad. Los seres humanos nacemos en cuerpos sexuados, somos hombres y mujeres que confórmanos la humanidad, y por eso mujeres y hombres hemos de estar presentes en todos los ámbitos de la vida social, cultural o política. Y superar la exclusión de las mujeres del mundo público no se puede hacer sólo a través de la meritocracia, como defienden las posiciones más conservadora de éste país, porque sino ocurre lo que le ha sucedido a la presidenta de UPN con aquellos que la insultan.

No la reconocen como interlocutora, no discrepan en base a ideas o modelos políticos diferenciados, la insultan deslegitimándola en su calidad de mujer. Y lo hacen aplicando el modelo más rancio y patriarcal de "feminidad", con sus extremos más polarizados, o la envían a la cocina, -el lugar históricamente reservado a las mujeres, el espacio privado por excelencia-, o la envían al prostíbulo, el único espacio público que el patriarcado ha reservado a las mujeres.

En ese imaginario sólo hay dos categorías posibles que tradicionalmente han utilizado contra las mujeres, contra todas las mujeres más allá de nuestra ideología, la puta y la decente, la del burdel o la de los fogones.

Desde el feminismo, desde las políticas de igualdad, estamos trabajando desde hace ya más de tres siglos para cambiar ese orden, por eso la importancia de la paridad, para que nunca más se descalifique a una mujer por el hecho de ser mujer, para que nunca más a ninguna niña, a ninguna joven, a ninguna mujer se la insulte o se la violente sexualmente por el hecho de defender sus ideas o ejercer su libertad.

Por eso, a pesar de no compartir el ideario político con las mujeres de la derecha de éste país, ni con aquellas que cuestionan los logros del feminismo, les he de expresar mi solidaridad feminista.

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