jueves, 3 de septiembre de 2009

IDENTITAT MASCULINA I PATRIARCAT: L’engendrament del cos polític entre fraternitat i misogínia

per Berta Sánchez

¿Nos echan de la polis por ser ésta masculina? ¿O nos hacen creer que es masculina porque nos echan?
Celia Amorós
El naixement d'Atenea: Ceràmica grega, segle VI. Museu del Louvre (París)

Introducció

Quines són les interrelacions entre la construcció de la identitat masculina patriarcal i la definició del poder i la política tal i com tradicionalment ha estat concebuda? Quins són els mecanismes de domini que es posen en joc en les societats patriarcals? Quina és la palanca que va activar aquest sistema de poder?


(Article complet disponible per la seva visualització i impressió en format interactiu)


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miércoles, 29 de julio de 2009

"Putas" nunca más o la necesaria solidaridad feminista

por Maribel Cárdenas

Hace algunos años me prometí que no permitiría que nadie descalificara a una mujer tachándola de puta. Era en el contexto de unas elecciones municipales, los carteles electorales de todos los grupos políticos de la ciudad en la que entonces vivía estaban encabezados por hombres, excepto la candidatura del partido popular que lo estaba por una mujer.


Una mañana apareció la palabra puta garabateada sobre todas las fotografías de la señora que representaba esa formación política.

Entonces lo comprendí, no se trataba de descalificar una ideología. Los tipos que habían realizado las pintadas no estaban deslegitimando el ideario político de aquella señora, no, lo que aquellos tipos estaban haciendo era un ejercicio de violencia simbólica e insultar usando la categoría que el patriarcado se ha reservado históricamente para las mujeres que se han atrevido a transitar el espacio público.

Por eso aquella mañana me prometí que no seria cómplice, que denunciaría esa lógica patriarcal y que en la deslegitimación de la violencia siempre expresaría mi sororidad feminista.

Han pasado ya algunos años desde aquel día y las personas feministas y de izquierdas hemos alcanzado algunos objetivos y hemos tenido algunas alegrías. Hemos asistido a la aprobación de leyes que suponen un hito en sí mismas y en su dimensión pedagógica; la ley integral contra la violencia de género, la aprobación del matrimonio homosexual, la ley de igualdad. Normas que nos hacen pensar que sí, que otro mundo y otras relaciones son posibles.

Pero los cambios sociales han de ir acompañados de cambios culturales y la igualdad se ha de instalar también en el orden simbólico y ese es aún nuestro reto. Así lo pensaba el pasado jueves, 14 de mayo, al leer la entrevista que publicó el diario El País titulada "Almuerzo con... Yolanda Barcina". En ella la actual presidenta de UPN expresaba sus opiniones sobre diversos temas de la actualidad política y el periodista hacia un recorrido por su trayectoria personal, profesional y política.

Entre otras ideas el artículo destacaba que dicha señora esta en contra de las cuotas de género, recorría su brillantísimo curriculum y reconocía su valentía frente a la actitud intolerante del entorno cercano a ETA, que se concreta en amenazas e insultos como “Barcina a la cocina, o la Barcina la última puta del Ben Hur (prostíbulo local).

Otra vez confrontada al mismo insulto, aquel que todas las mujeres reconocemos desde pequeñas, otra vez la misma violencia, pero en esta ocasión el diario destacaba que la Sra. Barcina estaba en contra de las cuotas de género cuando en realidad lo que tendría que haber destacado un diario de la trayectoria progresista de El País es que a una mujer que ejerce la política se la descalifica acusándola de puta.

Lo que el diario tendría que haber denunciado es como el lenguaje seguía operando como legitimador de la desigualdad y la violencia, reforzando el viejo modelo, aparentemente trasnochado pero que cómo vemos goza de buena salud, de considerar como hombre público a aquel que tiene presencia e influjo en la vida social y como mujer pública aquella que ejerce la prostitución.

A mi entender laa noticia no tendría que destacar el cuestionamiento de las “cuotas” sino el ejercicio de la violencia sexista.

Porque no se trata de cuotas sino de justicia y paridad. Los seres humanos nacemos en cuerpos sexuados, somos hombres y mujeres que confórmanos la humanidad, y por eso mujeres y hombres hemos de estar presentes en todos los ámbitos de la vida social, cultural o política. Y superar la exclusión de las mujeres del mundo público no se puede hacer sólo a través de la meritocracia, como defienden las posiciones más conservadora de éste país, porque sino ocurre lo que le ha sucedido a la presidenta de UPN con aquellos que la insultan.

No la reconocen como interlocutora, no discrepan en base a ideas o modelos políticos diferenciados, la insultan deslegitimándola en su calidad de mujer. Y lo hacen aplicando el modelo más rancio y patriarcal de "feminidad", con sus extremos más polarizados, o la envían a la cocina, -el lugar históricamente reservado a las mujeres, el espacio privado por excelencia-, o la envían al prostíbulo, el único espacio público que el patriarcado ha reservado a las mujeres.

En ese imaginario sólo hay dos categorías posibles que tradicionalmente han utilizado contra las mujeres, contra todas las mujeres más allá de nuestra ideología, la puta y la decente, la del burdel o la de los fogones.

Desde el feminismo, desde las políticas de igualdad, estamos trabajando desde hace ya más de tres siglos para cambiar ese orden, por eso la importancia de la paridad, para que nunca más se descalifique a una mujer por el hecho de ser mujer, para que nunca más a ninguna niña, a ninguna joven, a ninguna mujer se la insulte o se la violente sexualmente por el hecho de defender sus ideas o ejercer su libertad.

Por eso, a pesar de no compartir el ideario político con las mujeres de la derecha de éste país, ni con aquellas que cuestionan los logros del feminismo, les he de expresar mi solidaridad feminista.
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Libertad frente a igualdad: un falso debate

por Sara Berbel y Maribel Cárdenas

“Y ojalá que a esta misma hora, que bien pudiera ser la del alba, alguien pueda seguir hablando -aquí y allí o en otra parte cualquiera- acerca del nacimiento de la idea de libertad.”
-María Zambrano
Nada hay más hermoso que pensarse libres. Los seres humanos, desde que tenemos conciencia de serlo, hemos soñado con el libre albedrío, a pesar de que ese sueño con frecuencia ha generado dolor, sacrificio y muerte. Porque la libertad no es un concepto unívoco. Para Platón significa una República donde cada uno de los ciudadanos desarrolle su ser social y en cambio Hildegarda de Bingen la reclama para poder escribir desde su ser de mujer. Christine de Pizan la concibe desde una ciudad basada en las relaciones entre mujeres y, sin embargo, Nietzsche, al proclamar la muerte de Dios, vincula la libertad a la soledad de la existencia; Virginia Woolf considera que sin un espacio propio y un sueldo periódico no existe suficiente libertad para escribir buena literatura, mientras que Mary Wallstonecraft equipara la libertad a un derecho de ciudadanía.

Y no olvidemos las palabras del poeta que tantas mujeres han hecho suyas: ”Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien/ cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío”.

Algunas pensadoras feministas han iniciado, hace ya algunos años, un camino conceptual que se aleja de la defensa de la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres en aras de la exigencia de libertad. El 7 de marzo de 2004, con motivo de la celebración del Día Internacional de las Mujeres, la Dra. Birulés pronunció una excelente conferencia en el Palau de la Generalitat sobre las mujeres y la política en la que trataba de mostrar los límites de la concepción que asimila la igualdad de derechos con la libertad política, al tiempo que afirmaba “La emancipación de las mujeres, o sea, el hecho de que hayamos accedido a la condición de sujetos de derecho no comporta ni ha comportado la libertad femenina”. Abundaba en la tesis de Rivera Garretas quien, ya en 1996, había escrito que “una interpretación que vea a mujeres y hombres desde dentro del marco de la igualdad de los sexos, no deja lugar a la libertad en la relación madre-hija” (en referencia, naturalmente, a la libertad femenina).

Posteriormente, hemos tenido oportunidad de escuchar argumentos parecidos en diversos foros de la vida política catalana, muestra de que se trata de un discurso que ha calado, como mínimo, en algunas de nuestras representantes políticas. El temor a la generación de una ciudadanía homogénea, a que las diferencias sean minimizadas o directamente aniquiladas, en definitiva, la alerta ante la posibilidad de que la igualdad inhiba la libertad, son el eje central de muchas intervenciones. El respeto y admiración que nos merecen las mujeres que defienden estos planteamientos, de quienes nos sabemos discípulas y deudoras en buena parte de nuestro pensamiento, nos ha impulsado a escribir este artículo en el que esperamos aportar algunas reflexiones que enriquezcan el debate.

Libertad para ser

La conquista de la libertad ha sido un valor presente en la mayoría de movimientos de emancipación social y política que los seres humanos hemos protagonizado a lo largo de la historia: la revolución francesa y norteamericana, de corte más liberal, el movimiento espartaquista o la revolución de octubre, dentro de la tradición marxista, son una muestra de ello. Este deseo de libertad ha estado presente de forma especial en la historia de las mujeres, bien haya sido sumándonos o incluso liderando gran parte de los procesos revolucionarios antes aludidos, aunque esta presencia se haya silenciado históricamente, o bien protagonizando uno de los movimientos sociales que más ha transformado la esfera social y relacional en los dos últimos siglos: el movimiento feminista.

Por eso las mujeres sabemos que la libertad no sólo quiere ser enunciada, sino que debe actuarse. Hemos intentado que dejara de ser una abstracción para poder encarnarla, quizás porque desde tiempo seculares nos había sido negada. Responsables de la culpa universal, sin poseer un alma, condenadas a la eterna minoría de edad, hijas de la desigualdad natural, incapacitadas para el pensamiento, para la política, para el arte, encerradas en la biología, las mujeres sabíamos bien que la libertad significaba la posibilidad de acceder al mundo, al reconocimiento y ejercicio de los derechos. Libertad para estudiar, para amar, para viajar, para decidir, para disentir, libertad para ser.

Para que la libertad deje de ser anhelo y llegue a ser posibilidad necesita de unas condiciones que permitan su desarrollo y entre éstas es imprescindible que se encuentren la justicia y la igualdad. La igualdad es un concepto que tiene una dilatada y agitada historia: nacida a la luz del igualitarismo político, tiene como finalidad combatir las desigualdades sociales y sus consecuencias. Conceptualmente se ha ido enriqueciendo gracias al debate político que ha suscitado: de la distinción entre igualdad formal y material hemos pasado a la distinción entre igualdad de oportunidades y de resultados. Si bien la igualdad por sí misma no necesariamente conlleva la libertad, sí que es su condición necesaria, ya que la libertad significa el triunfo sobre la necesidad, implica necesariamente poder elegir.

La igualdad no pretende la homogeneidad; éste es uno de los malentendidos contemporáneos en que se ha visto envuelto este concepto. Eliade (1999) sostiene que la diversidad otorga significado a la existencia. Partiendo de dicha premisa, la propuesta de la igualdad, como valor político, implica que estas diversidades presentes en la vida humana y social no deriven en desigualdades. Esta polémica también ha teñido el debate feminista, de manera que una de las grandes críticas a las que se ha enfrentado el feminismo de la igualdad es que se le atribuye que su desarrollo ha conducido a las mujeres a mimetizar los modelos masculinos, borrando toda diversidad sexual. Mucho se ha escrito al respecto, pero queremos tan sólo señalar que perseguir el objetivo de que las mujeres puedan elegir y acceder sin restricción a sus derechos de ciudadanía, no impide, bien al contrario, mantener una postura crítica y una revisión profunda del androcentrismo, aún presente en nuestras sociedades y proponer otras formas de estar en el mundo. Se trata, entre otros aspectos, de reconocer el derecho de las mujeres a acceder a todo espacio y lugar, incluso aquellos tradicionalmente masculinizados, aunque esto suponga aparentemente una de las paradojas de la libertad.

Este viejo debate entre libertad e igualdad ha estado presente en la filosofía, con discursos adscritos fundamentalmente a dos grandes paradigmas: el idealismo y el materialismo. Para el idealismo la libertad está unida a la razón, la extensión de la razón es una extensión del área en que se puede ejercer la responsabilidad y la libertad no puede extenderse sin un aumento de la comprensión, por eso Hegel enlaza la libertad con la razón. La conciencia devendrá, por tanto, el sujeto de la libertad. La cuestión es, tal como plantea el materialismo, que esta razón no es una razón trascendente, más allá del espacio y del tiempo, más allá incluso de la persona pensante, no nace de sí misma, ni de una voluntad divina sino que es fruto de unas estructuras sociales que la crean y recrean: la realidad se convierte en límite y posibilidad de la libertad.

Si a la luz de lo expuesto analizamos el desarrollo del propio discurso feminista, vemos que el pensamiento de la diferencia sexual significó la irrupción de un cambio de perspectiva, al tiempo que la proclamación de la muerte del patriarcado abría nuevos lugares de enunciación para las mujeres: "El patriarcado ha terminado. Ha perdido su crédito entre las mujeres y ha terminado. Ha durado tanto como su capacidad para significar algo para la mente femenina". La pregunta que se nos plantea es que, si bien algunas mujeres hemos dejado de sostener el patriarcado, eso no significa que el patriarcado haya muerto más allá de nuestras conciencias. Sin duda la primera subversión consiste en resignificar la realidad, en dejar de dar valor al patriarcado, pero necesitamos también que desaparezca de las casas, las fábricas, las creencias, las escuelas, las calles, las relaciones de todos y cada uno de los espacios cotidianos que transitamos las mujeres. Sólo así será posible la libertad femenina, para pensarnos y sobre todo para vivirnos en libertad.

La medida de la libertad

La libertad no es un concepto estático ni neutro del que se deriven políticas unánimemente aceptadas. El concepto de libertad negativa, defendido desde el liberalismo, propugna el respeto por el ámbito privado de decisión, la libertad de que el Estado no interfiera en la actividad de cada persona más allá de un límite claro y pactado. Se trata de la defensa de la libertad individual por encima de cualquier otro valor social o político. Éste es el tipo de libertad al que se alude cuando no se tiene en cuenta la igualdad de oportunidades. Porque, ciertamente, estamos convencidas de que la libertad no es posible bajo diversas condiciones. En tanto que la libertad formal radica simplemente en la ausencia de coerción (la no-dominación), la libertad real se define como la capacidad de hacer aquello que se desea en la vida. Es decir, la libertad formal es condicional en el sentido de que necesita recursos para llegar a ser una libertad real. Desde una posición ideológica de izquierdas no podemos obviar los condicionantes sociales y culturales que impiden la libertad de los seres humanos, y es por ello que nos sumamos al republicanismo al afirmar que las personas no son libres si no tienen garantizadas las condiciones materiales de existencia. Si una mujer acepta un trabajo asalariado precario porque es responsable de su familia y no tiene otra opción, no es realmente libre, aunque aparentemente nadie la haya obligado a hacerlo. De la misma forma, podríamos pensar que la decisión de ejercer la prostitución es libre en aquellos casos en que no medie tráfico de personas pero, sin embargo, no lo es desde el momento en que se practica por no tener opción a otros empleos o por necesidades económicas. Muchas mujeres que sufren maltrato a manos de sus parejas permanecen junto a ellas durante años por el temor a la incapacidad de obtener recursos materiales y psicosociales para ellas y sus hijas e hijos.

Pensamos, por tanto, que es deseable una superación de la dicotomía entre libertad positiva y negativa entendiendo la libertad como la posibilidad de que las personas puedan llevar adelante el proyecto de vida que deseen. Para ello deviene imprescindible conseguir una igualdad de oportunidades en el acceso a los bienes, materiales y sociales, de nuestra sociedad. Resulta evidente que los recursos están repartidos desigualmente, por más que las socialdemocracias occidentales hayan intentado equipararlos. Las mujeres acceden a peores puestos de trabajo, cobran un 30% menos que sus compañeros varones por igual tarea, asumen la mayoría de contratos temporales y a tiempo parcial, con la pobreza a medio y largo plazo que conllevan y son además las protagonistas de las listas de desempleo ya que el paro, no lo olvidemos, es un problema eminentemente femenino. Por otra parte, realizan las tareas domésticas y de cuidado de las personas sin reconocimiento monetario ni social, reinan en la economía sumergida, tienen dificultades para acceder a puestos de dirección políticos, empresariales y culturales y ostentan el triste privilegio de ser 7 de cada 10 pobres que hay en el mundo, según los últimos datos proporcionados por la ONU.

No podemos cerrar los ojos a esta situación y suponer que la igualdad de derechos aceptada legislativamente concede de facto iguales oportunidades a todas las personas. Hace muchos años que los varones consiguieron igualdad de derechos en el ámbito legislativo y ello no comportó igualdad de oportunidades para ellos. De ser así, no habrían sido necesarios los partidos de izquierda en las sociedades occidentales. Queda claro, por tanto, que no pueden asimilarse ambos conceptos. Debemos reivindicar una ampliación decisiva de los recursos externos orientada por un principio de equidad que exija un reparto igualitario de los bienes. Sólo así podrá lograrse una igualdad de oportunidades para llevar a cabo los proyectos de vida que hayamos escogido autónomamente y que, naturalmente, no deben ser objeto de ningún tipo de evaluación moral externa puesto que pertenecen al ámbito, esta vez sí, de lo privado. Se trata, precisamente, de lograr la mayor aproximación entre los derechos y la capacidad de ejercerlos.

Si partimos de la necesidad de una igualdad de oportunidades para asegurar una libertad real, es decir, una libertad que conduzca a la autorrealización, no se entiende el temor a la homogeneización. Nadie defiende que las personas sean iguales entre sí, cuestión que, por otra parte, sólo sería posible en un ejercicio de ciencia-ficción. Los seres humanos son tan diferentes, o tan iguales, como permiten sus características genéticas, sexuales y condicionamientos sociales y culturales. Precisamente, la igualdad de oportunidades permite escoger la vida que se desea sin imposiciones externas, autónomamente, y otorga la capacidad de ejercer la diferencia. Porque, no nos engañemos, en situación de pobreza, no hay espacio para la libertad. ¿Alguien puede aducir que la defensa, por poner un ejemplo, de una renta básica y universal de ciudadanía, inserta en las políticas de igualdad de oportunidades, menoscaba la libertad de las personas? Por el contrario, una asignación que permitiera a todas las personas liberarse de su dependencia económica no haría más que garantizar su libertad efectiva. La idea de igualdad sólo se puede interpretar en sentido relacional ya que no se trata de una característica aislada de ninguna persona sino del ser humano que vive en comunidad. Se trata, por tanto, de un valor que no pertenece a hombres o a mujeres de modo individual -como sí puede serlo la libertad- sino que se debe a la sociedad. Responde, en consecuencia, al deseo de justicia social que impulsa las políticas públicas de izquierda, sistemáticamente denostado por el pensamiento conservador a quien beneficia la permanencia de la desigualdad como modo de organización social. En último extremo, la igualdad de oportunidades va más allá de lo que su propio nombre indica, obligada a diseñar políticas que traten de manera desigual a los desiguales, precisamente para garantizar su libertad respetando sus diferencias.

Así pues, pensamos que el vínculo entre igualdad y libertad es estrecho, valioso y necesario, y que no debe romperse. Nuestras antecesoras francesas dieron su vida por los tres grandes valores, la igualdad, la libertad y la fraternidad, que deseaban para todos los seres humanos. En la actualidad, muchas mujeres se están sumando a movimientos estimulantes y valientes como “Ni putas ni sumisas”, iniciado por mujeres musulmanas de barrios obreros franceses, que reclaman ser ciudadanas de pleno derecho, al tiempo que denuncian la violencia, miseria y degradación de los suburbios parisinos, rompiendo fronteras simbólicas de tipo religioso, nacionalista, étnico y social. Son mujeres que llenan de contenido la exigencia de libertad, espejo en que nos miramos todas aquellas que deseamos un mundo en igualdad de oportunidades y efectivamente libre.


Cernuda, L.(1958). La realidad y el deseo. Madrid, Fondo de Cultura Económica. Birulés, F. (2004). Conferència “Les dones i la política”. Dia Internacional de les Dones 2004. Quaderns de L’Institut/ I. Institut Català de la Dona, Barcelona. Rivera Garretas, M.M. (1997). El fraude de la igualdad. Barcelona, Planeta. Eliade, Mircea (1999). Mito y realidad. Barcelona, Ed. Kairós. MacIntyre, A.(1982) Historia de la ética. Paidos Studio. Barcelona. Libreria de Mujeres de Milán (1996). El final del patriarcado. Barcelona, Ed. Llibreria de les Dones. Van Parijs, Philippe (1996). Libertad real para todos. Barcelona, Paidós.
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CIUDAD JUÁREZ. La marca del domini masculí: l'assassinat de dones com a ritual

per Berta Sánchez

Marisela Ortiz, membre de l’Associació “Nuestras hijas de regreso a casa” i guanyadora del Premi Ciutat Castelldefels d’enguany, va ser convidada a la seu del Grup de Dones de Castelldefels el passat 9 de juliol per explicar l’onada de feminicidis que assetja Ciudad Juárez des de 1993.
Aquesta és una ciutat mexicana situada a la frontera amb Estats Units on, en aquests darrers anys, s’han anat instal•lat fàbriques maquiladores - empreses subcontractades d’assemblatge i manufactura que importen materials sense pagar aranzels i els exporten un cop processats a d’altres empreses – on treballen un alt percentatge de dones que han emigrat d’altres zones de Mèxic escapant de la pobresa i a la recerca de millors condicions de vida.

Tot i que els seus drets laborals són contínuament vulnerats, les dones han trobat en aquestes fàbriques una font de subsistència i empoderament. Tanmateix, arrisquen cada dia la seva vida quan entren i surten de treballar. En els llargs desplaçaments d’anada a la feina o de retorn a casa, centenars de dones han estat segrestades, violades i assassinades. Aquests crims es van repetint des de fa més de deu anys sense que cap investigació seriosa es porti a terme per aclarir les seves causes.

Les últimes hipòtesis relacionen aquestes cruents matances amb rituals d’iniciació que es durien a terme dins de diferents grups mafiosos involucrats en el narcotràfic. Les dones, la majoria entre 15 i 19 anys, serien violades, torturades i assassinades com una prova que hauria de superar el “neòfit” per formar part del club d’homes de la màfia. El versament de sang i l’assassinat seria el ritual i el segell confirmatori del pacte a través del qual l’iniciat venç les passions i és apte per ingressar en el cos de l’organització i en la fratria viril. Aquest acte macabre reforça així mateix el vincle del grup d’homes a través de l’exhibició del seu poder i el coneixement d’un secret compartit. Un cop realitzat l’acte simbòlic, que és sens dubte, una clara manifestació de la violència de gènere, les dones assassinades serien abandonades com una deixalla ja que són concebudes com a objectes que poden ser apropiats, utilitzats i llançats.

La impunitat d’aquests crims respondria a la connexió existent entre els assassins i les autoritats (policia, fiscalia, exèrcit etc). El poder que ostenten aquests rics i influents propietaris i homes de negocis il•legals permetria comprar el silenci per tal de que el mecanisme d’escenificació del poder basat en el sacrifici del cos femení se segueixi perpetrant. Per això no es desenvolupa cap investigació en profunditat i es prefereix acusar a persones innocents com a bocs expiatoris o es culpa a les mateixes víctimes esgrimint raons falses com ara les seves relacions amb el narcotràfic i la prostitució. Aquests feminicidis reiterats faciliten també que els assassinats per violència domèstica quedin camuflats. Si algun home s’excedeix i mata a la seva companya pot abandonar el seu cos en alguna zona de Ciudad Juárez sense preocupar-se de que s’indagui massa la causa d’aquesta mort.

Aquest és un model que va calant dins d’aquesta societat i respon a un missatge clar que consisteix en donar legitimitat a la violència de gènere a través de la qual els homes poden disposar lliurament del cos de les dones fins a l’extrem d’assassinar-les. Els agressors, no només s’apropien de l’espai privat, sinó també de l’espai públic de Ciudad Juárez insuflant la por a totes les dones sota les seves passes.

Marisela Ortiz, valenta i compromesa, lluita cada dia per desemmascarar els culpables i reconstruir una societat sobre nous ciments, malgrat que això signifiqui posar en risc la seva vida. Tot i haver estat amenaçada de mort vàries vegades, no dubta en trencar el silenci, denunciar l’horror i clamar justícia ultrapassant les fronteres de Mèxic, ja que ara és conscient que des del seu propi país, assetjat per la corrupció, no s’oferirà cap solució a aquest genocidi de dones i que per tant, és necessari internacionalitzar el problema.
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Políticas de género: Los riesgos de la interseccionalidad

por Soledad Bravo

Desde hace un tiempo que venimos conociendo, a través de los movimientos intelectuales y políticos europeos, el concepto de interseccionalidad y descubriendo su dimensión en el ámbito de las políticas de género.

La idea de ampliar el concepto de igualdad y hacerlo extensivo no sólo al género, sino a otras desigualdades como son la etnia, discapacidad, edad, religión, orientación sexual, etc…empieza a consolidarse como una prioridad política en las agendas europeas y a posicionarse en el centro de la teoría política feminista .


Los análisis acerca de las exclusiones, que tanto el movimiento feminista como las políticas de igualdad de género pueden generar hacia las mujeres que se encuentran en la intersección de diferentes desigualdades, empezaron ya en la década de los ochenta (Hooks 1981; Hill Collins 1991; Anthias and Yuval-Davis 1992), pero han retomado vida a partir del análisis de Crenshaw (1991) acerca de como las estrategias que se dirigen a una desigualdad por lo general no son neutrales hacia las demás desigualdades. El concepto de ‘interseccionalidad política’ de Crenshaw prevé de los posibles riesgos de políticas que, al privilegiar el trato de algunas desigualdades, e ignorar otras, a menudo, acaban creando espacios de marginación y privilegios que reproducen mecanismos de poder entre los grupos.
Diversas teóricas que han analizado y debatido alrededor del concepto de interseccionalidad, como Verloo , argumentan que la adopción de un enfoque más interseccional hacia las desigualdades puede promover el desarrollo de políticas públicas más inclusivas, y por lo tanto más democráticas.
En este sentido, el camino que la igualdad empieza a recorrer en el ámbito académico y político, va dirigido a una mayor interseccionalidad en los enfoques políticos, lo que conlleva una mayor atención por parte de las instituciones hacia las múltiples desigualdades. Así se ve reflejado en los textos legales, tales como el Artículo 13 en el Tratado de Ámsterdam de 1997, a partir del cual la Unión Europea ha ido ampliado sus competencias para combatir las discriminaciones no solamente por razón de sexo, sino también de raza y origen étnico, discapacidad (o diversidad funcional), edad, religión o creencia, y orientación sexual. Esto ha llevado a la adopción de unas directivas comunitaria en contra de la discriminación por raza (2000/43/CE), orientación sexual, discapacidad, edad, y religión o creencia (2000/78/CE), que los Estados Miembros deben transponer e implementar en sus respectivas normativas nacionales.
España, tal y como apunta Bustelo, una de las pocas autoras españolas que han desarrollado el concepto de interseccionalidad, tiene una arralada influencia por la transversalidad de genero, lo cual, puede ser el motivo principal de las diversas resistencias a atender a las múltiples desigualdades en el discurso político. Bustelo al analizar la trayectoria de las políticas de igualdad española, atisba que en la actualidad empiezan a existir cada vez indicios más claros de atención a la diversidad y a la interacción de las desigualdades, como demuestran las actuaciones del Ministerio de Igualdad y su intención de redactar una futura ley de igualdad de trato . Sin embargo, no parece existir un profundo debate por parte de la academia y los grupos políticos sobre el significado y repercusión de la interseccionalidad en las políticas públicas de genero, lo que invita a pensar que dicha evolución se esta llevando a cabo, más bien por aplicación del discurso y normativa europea. Ello, bajo mi punto de vista, conlleva un doble riesgo: por una parte puede tenderse a repetir los mismo errores que ya han experimentado nuestros países vecinos y por otra, puede obviar la realidad histórica, política y social española, muy distinta, en algunos casos, a la del resto de Europa.
Resulta inquietante, o por lo menos curioso, que en España, al margen de ciertas aportaciones académicas, no se haya discutido, analizado y escrito más sobre interseccionalidad. Puesto que tal panorama conceptual y político, no deja indiferente y mucho menos exenta de dudas y expectación. Convendría preguntarse ¿Qué dinámicas de privilegios y exclusiones, o nuevas ‘jerarquías de igualdad’ (Bell 2002) podrían surgir? En la propia inclusión de la diversidad de desigualdades puede existir confrontación entre ellas? Y lo que puede ser más importante: la inclusión de diversas discriminaciones en las políticas de igualdad pueden desviar la atención de la desigualdad estructural? Que ocurre si este debate no se canaliza desde una óptica progresista, democrática y feminista?
Resulta evidente que España ha experimentado, en los últimos años, cambios socio-demográficos importantes que han replanteado las directrices y agendas políticas, incluyendo las nuevas necesidades y realidades a las que hacer frente, como son la inmigración, la dependencia y la discriminación de género. Realidades que responden a focos de discriminación y marginalización social y económica, que necesitan de respuestas políticas concretas.
Ante tal situación, la aplicación de un enfoque anti-discriminatorio en las políticas y que sea capaz de interactuar diversas desigualdades parece una estrategia innovadora, progresista y efectiva. Sin embargo, lo que puede resultar un avance respecto a alguna desigualdad concreta o frente a una acción política concreta, para las políticas de igualdad de género puede resultar un paso enorme atrás.
La perspectiva interseccional permite centrarse en grupos concretos, y por tanto puede contribuir a tomar en consideración algunas áreas de la política social hasta ahora olvidadas. Aunque, si se focaliza la atención únicamente en los aspectos más particulares, corremos el riesgo de dejar de lado lo que hay de común en estas categorías, la relación existente entre ellas. En este sentido, el hecho de que las mujeres podamos vivir experiencias que nos hacen diferentes unas de otras, o inclusive opuestas, no significa que las mujeres no compartamos intereses, necesidades e inquietudes comunes derivadas del solo hecho de ser mujeres.

Las políticas de igualdad de género, permiten enfocar y atender a la categoría de género, hombre-mujer, la cual determina la primera dimensión de la experiencia humana y constituye la discriminación estructural de toda sociedad. Esta diferenciación representa la columna vertebral de todo orden discriminatorio, amparada por siglos de dominación patriarcal. Y es a partir de ahí, desde donde se establece una posición determinada en los diferentes contextos sociales y de donde surgen otras discriminaciones que sufre el ser humano por razón de: etnia, edad, sexualidad, discapacidad, etc…
Siguiendo esta línea, resulta indispensable preservar la categoría de género como herramienta de análisis social, ya que partimos de la idea de que las mujeres comparten una posición estructural determinada, con experiencias y características comunes y con necesidades colectivas.
Todo ello, no significa que dentro de las políticas sociales que contemplan la perspectiva de género como elemento definitorio, no se tengan que tener en cuenta los diferentes aspectos que conforman el contexto social de las mujeres, puesto que es así, como podemos impulsar políticas que cubran las diferentes realidades y necesidades de las mujeres. Pero siendo conscientes de que el género es la categoría primaria y vertebral y que si la pasamos por alto, no solo corremos el riesgo de borrar toda la evolución alcanzada por las políticas de igualdad sino también de tambalear los valores más esenciales de una democracia progresista.
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miércoles, 3 de junio de 2009

Quiénes somos

La reivindicación de la igualdad ha sido el eje de los movimientos feministas a lo largo de la Historia y el gran impulsor de sus logros. Nadie discute su función como motor de los cambios sociales de los dos últimos siglos en Occidente. Su lema: "Todos los seres humanos son iguales" permite a las mujeres contemporáneas sentirse orgullosas de su pasado y afrontar con coraje el futuro. Heredado de la tríada fundamental de la política moderna, la igualdad supone un valor universal que ha fundamentado las sociedades democráticas actuales y también las luchas de las mujeres. Las autoras de este manifiesto nos sentimos herederas de esos ideales y al tiempo deudoras del gran trabajo realizado por nuestras antecesoras por un mundo más justo y más libre.

Vivimos momentos de reacción frente a la consecución de los derechos y libertades que varias generaciones de mujeres hemos conseguido. Uno de los rasgos distintivos de la actualidad es que esta reacción no sólo esta protagonizada por la derecha y los diferentes movimientos conservadores, con el conjunto de religiones y sus instituciones a la cabeza, sino por un sector de las mujeres y algunas corrientes del mismo feminismo. Asistimos a una deriva esencialista del feminismo, a una nueva “mística de la feminidad”, a la idealización de un pasado estereotipado, a la defensa de una libertad idealista y clasista y al cuestionamiento de los valores de la igualdad y la justicia. Asistimos a un feminismo de la diferencia sexual que bajo la pretensión de resignificar lo femenino nos devuelve a los mandamientos patriarcales, eso sí ésta vez bajo la connivencia de las mujeres.

Frente a esta situación pensamos que es urgente recuperar el feminismo comprometido, el feminismo de izquierdas, el feminismo que pretende cambiar las estructuras, reconocer derechos, eliminar desigualdades, avanzar en la justicia de género, trascender normativas, acabar con la violencia. Un feminismo comprometido con un mundo donde mujeres y hombres podamos ser, en reconocimiento, derechos y libertades.
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